No sé si estos trenes seguirán ahí, oxidándose en una especie de basurero improvisado a la entrada del Barrio Chino de la Habana. La foto la hice en el 2009.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El Coro de la Universidad


En agosto de 1995, en medio del calor sofocante de La Habana, y en vez de estar en la playa o tomando jugo de guayaba con mi familia, interrumpí las vacaciones y regresé a la beca de F y 3ra. Después de un mes de cerrada, las cucarachas eran las dueñas y señoras de la residencia, y el estado general del edificio era deplorable. Acampamos como pudimos y donde pudimos. Aún así, había una causa mayor para regresar a la Habana antes de tiempo: el coro de la Universidad recién formado. Éramos los sustitutos, el relevo.

El coro anterior se había quedado casi íntegro en un viaje a Venezuela y, por un tiempo, en los actos del Aula Magna, se escuchó el himno nacional grabado a falta de cantantes. Pero en septiembre de 1995, la Universidad abriría el Curso por todo lo alto para celebrar los cincuenta años de que Castro hubiese matriculado en la Facultad de Derecho. Había que formar un Coro con la urgencia de las batallas revolucionarias, para que al Comandante no echara en falta a los cantantes y saliera el tema de la huída masiva. Se formó el corre-corre, las pruebas vocales en todas las facultades, los ensayos. En junio nos vimos las caras por primera vez e intentamos acoplar en conjunto un “la” desafinado. Había mucho por hacer para que el 4 de septiembre pudiésemos cantar el Himno Nacional y el “Gaudeamus” sin que se cayese ninguno de los lagrimones de las lámparas del Aula Magna.

Los ensayos iniciales eran interminables; la profesora solía señalar al que desafinaba y lo ponía a repetir el fragmento en latín, mientras el resto trataba de aguntar la risa por solidaridad. Descubrimos las vocecillas ocultas de algún tenor ligero que ni por asomo aparentaba tener semejantes agudos, o el vozarrón de alguna contralto tras un cuerpecito aniñado... Aprendimos a escucharnos, a chillar en las vocalizaciones, a empastar... En aquellos meses nos quedábamos sin comer muchas tardes porque no alcanzábamos a regresar a tiempo a la beca y apenas pudimos estudiar para los exámenes finales, pero seguíamos reuniéndonos simplemente por hacer algo diferente, por enredarnos en una nueva ilusión que quién sabe a dónde nos llevaría. Enseguida nos hicimos amigos, compañeros de penurias y cantos…

El día de la apertura del curso, nos colocamos en el ápside del Aula Magna y desde aquel puesto privilegiado de atalaya hicimos nuestra primera –y creo recordar que "lamentable"- actuación. Aunque el acto estaba programado para las ocho, nos encerraron en aquel sitio desde media tarde por cuestiones de seguridad y matamos las horas ensayando y cantando guarachas. A las ocho, estábamos roncos, sudados y hambrientos.

Recuerdo que Fidel no dijo ni mu de nosotros -en aquel momento esperábamos las palabras mágicas que nos abrirían las puertas de algún intercambio, pero el ansiado viaje no llegaría hasta cinco años después, cuando un gran número de integrantes iniciales del Coro pudo salir y quedarse fuera de Cuba. Eso sí, Castro se quejó al inicio del acto del calor “olímpico” que había -eso dijo, aunque ignoro qué tendría que ver el calor con las olimpiadas- e hizo la primera broma: “En 35 años de Revolución no consiguieron ni para ventiladores, ni para aire acondicionado, ni para nada. No sé si es falta de arquitectos o falta de recursos, si es que la arquitectura no lo permite; pero algo tienen que inventar ustedes, porque sí es verdad que la atmósfera se está calentando...” Y venga risas y aplausos del sudoroso auditorio, incluyéndonos a nosotros mismos que estábamos a punto de una catarsis colectiva, como un coro griego de la Orestíada.
Aquellas palabras no las recuerdo, por supuesto -mi memoria no es tan perversa y masoquista; las he buscado en las versiones taquigráficas publicadas en internet. Lo que sí no olvido es que dejé de oír la desganada voz -él y yo casi a punto de una hipoglucemia-, y de que me arrepentí profundamente de estar allí, formando parte de aquel tinglado, por amor al arte.
Tampoco olvidaré la decepción de una soprano que tenía a mi lado (y que también fue mi decepción, sólo que yo me la callé) cuando entró el casi Coma-andante. Me dijo algo así como que era un viejito de cara rosada a punto de caérsele la baba...

Al poco tiempo de cantar en actos oficiales y de sacrificar horas de descanso en los ensayos, muchos de los que comenzamos en aquel junio del 95, desertamos. Los más perseverantes pudieron variar poco a poco el repertorio y la calidad de los auditorios, hasta que finalmente lograron escabullirse de las ataduras escolásticas. Vía UNEAC -y con todas las asistencias espirituales posibles-, tramaron un viaje a España, digamos que por la izquierda del Rectorado y se quedaron en masa. Supongo que después de esta huída colectiva se debe haber oído por un tiempo, en el Aula Magna habanera, el Himno Nacional grabado a falta de cantantes. Y es probable que también, al cabo de un tiempo y por cualquier batallita de última hora, hubieran buscado por todas las facultades los sustitutos del viejo coro, el relevo.