No sé si estos trenes seguirán ahí, oxidándose en una especie de basurero improvisado a la entrada del Barrio Chino de la Habana. La foto la hice en el 2009.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Pesadilla de una inmigrante cubana



Yo tuve una pesadilla recurrente los primeros años desde mi partida de Cuba. Se repetía con más saña cuando planificaba viaje a la Isla, desde el día en que le hacía marcas al calendario hasta varias noches después de mi retorno a España. Se lo he preguntado a algunos amigos que han cruzado el mar y muchos coinciden, con variantes, con mi pesadilla. Ahora que Soleida Ríos prepara una segunda entrega de su reciente compilación de sueños y pesadillas cubanas- su Antes del Mediodía. Memoria del sueño (Unión, 2012) no me lo he leído aún, pero intuyo que nuestras obsesiones, esas que comparto con algunos de mis amigos del exilio, no aparecen recogidas-, le cuento la mía.

Es muy simple, aunque tiene creativas modificaciones. Entro a la Isla y no puedo salir de ella. Nunca más. A veces, estoy en una cárcel y grito sujeta a los barrotes (no recuerdo los antecedentes del sueño). A veces grito mientras me llevan a prisión y no sé por qué me llevan. O justo cruzando la aduana me dicen que el pasaporte es falso; o lo pierdo y tras recorrer oficinas y despachos bajo el sol de la Habana, una oficial de inmigración, tan relajada, me dice que no me lo pueden repetir y que debo quedarme en la Isla. Eso me cuenta mientras tamborilea el cristal del buró con unas uñas largas, pintadas con estrellitas y corazones. O que esa no soy yo porque en la foto estaba rubia y más delgada. U otros disparates como que no estoy censada (y me buscan en unas listas infinitas en las que no aparezco); o que han cerrado las fronteras por amenaza de guerra o por la ruptura de relaciones con la Comunidad Europea; o que me enrolo en una manifestación o comento lo que no debo, hago lo que no debo, pago con billetes falsos... 
Casi siempre termino en la cárcel o haciendo interminables trámites, tocando desquiciadamente puertas que no se abren... y muchas veces intentando  comunicarme con mis amigos de España para que me ayuden desde el exterior. Es muy simple y muy angustiosa. El leitmotiv perfecto para recordar y vivir sobresaltada durante toda la estancia en mi isla querida.

Recientemente tuve otra variación de la pesadilla. Esta vez no me dejaban entrar a la Isla. En el control aduanal me decían que no tenía permiso de entrada -un nuevo permiso que debían ponerme en el consulado antes de viajar- y me montaban en un avión de regreso a España sin tan siquiera abrazar a mis padres. No me daban ninguna explicación coherente, solo que me faltaba el sellito...
Recuerdo que imploraba que le hicieran llegar las maletas a mi familia; pensaba, tanta pacotilla, tanto tiempo reuniéndola para nada... 
Como aconseja el mismo título del libro de Soleida, corro a contar mi memoria del sueño antes del mediodía, porque si no, ya se sabe, ciertas pesadillas pudieran convertirse en realidad. 



Otras paranoias (compartidas) a la hora de cruzar el control de inmigración en el aeropuerto de La Habana, en las Confesiones de Armando Valdés-Zamora.