Yo
tuve una pesadilla recurrente los primeros años desde mi partida
de Cuba. Se repetía con más saña cuando planificaba viaje a la Isla, desde
el día en que le hacía marcas al calendario hasta varias noches después de mi retorno a España. Se lo he preguntado a algunos
amigos que han cruzado el mar y muchos coinciden, con variantes, con
mi pesadilla. Ahora que Soleida Ríos prepara una segunda entrega de su reciente compilación de
sueños y pesadillas cubanas- su Antes del Mediodía. Memoria del sueño (Unión, 2012) no me lo he leído aún, pero intuyo que nuestras obsesiones, esas que comparto con algunos de mis
amigos del exilio, no aparecen recogidas-, le cuento la mía.
Es
muy simple, aunque tiene creativas modificaciones. Entro a la Isla y
no puedo salir de ella. Nunca más. A veces, estoy en una cárcel y
grito sujeta a los barrotes (no recuerdo los antecedentes del sueño).
A veces grito mientras me llevan a prisión y no sé por qué me
llevan. O justo cruzando la aduana me dicen que el pasaporte es
falso; o lo pierdo y tras recorrer oficinas y despachos bajo el sol
de la Habana, una oficial de inmigración, tan relajada, me dice que
no me lo pueden repetir y que debo quedarme en la Isla. Eso me cuenta
mientras tamborilea el cristal del buró con unas uñas largas,
pintadas con estrellitas y corazones. O que esa no soy yo porque en
la foto estaba rubia y más delgada. U otros disparates como que no
estoy censada (y me buscan en unas listas infinitas en las que no
aparezco); o que han cerrado las fronteras por amenaza de guerra o
por la ruptura de relaciones con la Comunidad Europea; o que me
enrolo en una manifestación o comento lo que no debo, hago lo que no
debo, pago con billetes falsos...
Casi siempre termino en la cárcel
o haciendo interminables trámites, tocando desquiciadamente puertas
que no se abren... y muchas veces intentando comunicarme
con mis amigos de España para que me ayuden desde el exterior. Es muy simple y
muy angustiosa. El leitmotiv perfecto para recordar y vivir
sobresaltada durante toda la estancia en mi isla querida.
Recientemente
tuve otra variación de la pesadilla. Esta vez no me dejaban entrar a
la Isla. En el control aduanal me decían que no tenía permiso de
entrada -un nuevo permiso que debían ponerme en el consulado antes
de viajar- y me montaban en un avión de regreso a España sin tan
siquiera abrazar a mis padres. No me daban ninguna explicación
coherente, solo que me faltaba el sellito...
Recuerdo
que imploraba que le hicieran llegar las maletas a mi familia;
pensaba, tanta pacotilla, tanto tiempo reuniéndola para nada...
Como aconseja el mismo título del libro de Soleida, corro a contar mi memoria del sueño antes del mediodía, porque si no, ya se sabe, ciertas pesadillas pudieran convertirse en realidad.
Como aconseja el mismo título del libro de Soleida, corro a contar mi memoria del sueño antes del mediodía, porque si no, ya se sabe, ciertas pesadillas pudieran convertirse en realidad.
Otras paranoias (compartidas) a la hora de cruzar el control de inmigración en el aeropuerto de La Habana, en las Confesiones de Armando Valdés-Zamora.