No sé si estos trenes seguirán ahí, oxidándose en una especie de basurero improvisado a la entrada del Barrio Chino de la Habana. La foto la hice en el 2009.

martes, 12 de octubre de 2010

LA VIDA DE NOS-OTROS


(Unos fragmentos de la vida de Ena Lucía Portela, tomados de la entrevista “No me hagas preguntas capciosas”: Conspirando con Ena Lucía Portela, de Saylín Álvarez Oquendo)

A pocos meses de estar en la facultad de Artes y Letras, con mi aire tímido y provinciano, mis bermudas made in Pinar del Río y unos zapatos que mis compañeras de cuarto llamaban "los perros", porque ladraban de una forma estrepitosa cuando me los quitaba por la noche, conocí a Ena Lucía Portela. Ella estaba sentada en uno de aquellos bancos de madera de la entrada de la Facultad contando a los que la rodeaban que había tenido un disputa con algún profesor en torno a una pregunta ambigua o mal redactada, y había dejado el examen en blanco. Y allí estaba yo, para "meter la pata" hasta el fondo y decir, sin asomo de malicia: "uf, pero tranquilízate que estás temblando". Todos contrajeron los rostros y esperaron a que cayera la bomba. Ena me fulminó con una mirada gélida y me dijo: "Yo soy así, aunque quiera, no puedo dejar de temblar".

El "trágame tierra" nunca fue tan invocado como en ese momento, sobre todo porque marcar la enfermedad ajena es, en nuestra cultura (occidental), el non plus ultra de la indiscreción: se nos enseña a escamotear, a hacer invisibles, y a nombrar con patéticos giros a las enfermedades que nos rodean, como si no nos pasáramos más de la mitad de nuestros días conviviendo con virus, bacterias, y descompensaciones de todo tipo de nuestros imperfectos organismos. "Lo siento, le dije, no sabía nada".
Pero inmediatamente la pálida muchacha recuperó ese registro desafiante que le conocería luego y apuntó: "¿Pero a que soy hermosa?. Yo me digo, lo tengo todo: soy inteligente, tengo unas piernas preciosas (y se subió un poco la falda para mostrar las pantorrilas) y tengo una cara perfecta. Eso, ¿no te parece que soy Perfecta?", y no supe qué responder porque, en definitiva, aquella era una pregunta retórica, o una retórica erótica que ponía en juego para desequilibrar el orden ajeno y recuperar el suyo. Y en efecto, Ena era "perfecta", no por las cualidades que había enumerado, sino por esa mordacidad con la que dinamizaba los ordenados escalones -y jerarquías- del Upsalón tropical. Era, dicho en buen cubano, una tremenda imperfecta (justo lo contrario de lo que me preguntaba): alguien incómodo y que incomoda.
Nunca nos conocimos, no intercambiamos meriendas como en las escuelitas primarias, aunque sí intercambié, más tarde, sus libros con mis colegas. Sospecho que hubiese sido interesante que nos hubiésemos conocido.

Saylín Álvarez, una compañera de estudios con la que no pude llegar a conversar todo lo que hubiese querido -la vida en la beca era tan mísera que apenas tenía tiempo para regodearme en la amistad- entrevistó a Ena Lucía para La Habana Elegante y me he traído fragmentos de la entrevista porque encajan perfectamente con esa vida de nos/otros, tan paralela a la mía que nunca pudo cruzarse a pesar de caminar por los mismos pasillos y comer en el mismo comedor de "el Machado". La autora se explaya (acabo de descubrir que me encanta esta palabra)y se lanza directamente al mar de la explicitez y de la crítica, sin temor a ahogarse. Sospecho que esta entrevista dará que hablar.

Para leer la entrevista, pinche aquí.