…Y Dios entró a mi vida, quiero decir, oí por primera vez la expresión Dios cuando la primera amiga del colegio me dirigió su palabra. Mi encuentro con alguien ajeno a mi familia, el primer rostro que recuerdo cuando intento ponerle un perfil a la palabra amigo, es el de esa chica. Y coincide milagrosamente con mi primer encuentro con la Trascendencia. No es de extrañar esta ignorancia a los 6 años viviendo en un país en el que la religión católica -y todas las demás- se practicaban en la culpabilidad silenciosa de las casas, y los templos eran como alucinaciones de paseantes estólidos que los veían cada día al caminar por la ciudad pero, como los engaños del desierto, sabían que no pertenecían al entramado citadino, que existían justamente para ser negados y continuar la travesía. En mi casa toda imagen, toda idea, toda minúscula referencia al pasado religioso fue abolida. Ya adulta, encontré una edición de la Biblia, de finas páginas con reborde dorado, dedicada por mi abuelo a su reciente esposa, y a través de esas palabras pude reconstruir su dolor por la renuncia a Dios, ese miembro amputado necesariamente, después del 59, para que sobreviviese la familia.
Mi amiga rezaba en silencio por cosas simples: castigos levantados, madre comprensiva, clase sin deberes; me enseñó a persignarme, a desear lo improbable y sobre todo a ocultar cualquier señal de lo aprendido. Me recuerdo encerrada en el baño de la escuela pidiéndole a ese Dios de mi amiga que mi amiga regresase al colegio, después que la dirección decidiera que no podía continuar contagiando con el virus de dios al resto de niños sanos. Pero esto sucedió después.
Antes me había pedido que entrelazáramos las manos y rogáramos por su padre que estaba preso. Lo dijo con una paradoja que debí consultar con mi familia, algo así como: “está preso por la libertad”, o “su cabeza está libre aunque su cuerpo esté prisionero”. Antes, mi amiga se volvió sospechosa con sus secretos de dioses y padres extraños con cuerpos fragmentados; y mi madre debió ir al colegio a indagar por el origen de mis preguntas. Antes yo hice mi primer soplo, mi primer chivatazo, mi primera delación política en toda regla, y como somos un recipiente de culpas que nos pasamos la vida intentando vaciar, justo escribiendo esto descubro que la palabra traición está ligada al nombre de mi amiga y al extraño perfil de Dios.
Después de que mi madre fuera al colegio, la profesora nos dio una lección que no esperábamos para ese día. Recuerdo su fanatismo como si se tratase de una posesa repitiendo lo que un muerto le dictase -eso lo supe después, cuando de adulta fui a toques de santos. En aquel momento solo escuché el timbre de una voz que no me era familiar y que usaba palabras ¿presas?, mientras su cuerpo en peligrosa libertad daba golpes en la mesa. Recuerdo enunciados sueltos: ¡no podíamos pisar una iglesia: ni siquiera el césped colindante con la acera, ni siquiera entrar al jardín, ni siquiera… ¡Debíamos cruzar la calle y mirar al frente! Supongo que haya construido sentencias a la manera de los poemas kitsch comunistas para decirnos que la Verdad, el Camino y el Caminante, la Trinidad y las Cinco virtudes del pájaro solitario (como diría San Juan de la Cruz), eran en definitiva UNA: la mezcla de Historia, Revolución, País, Socialismo y Fidel. Agregó que la religión era el opio de los pueblos (juro que no supe el significado de la palabra 'opio' hasta por lo menos 10 años después, cuando satanizando a un escritor simbolista otro preceptor habló de oscuras prácticas derivadas de la droga: aun así, y lo confieso, la frase me pareció hermosa como para recordarla: seguramente interpreté algo muy distinto a lo que me estaban diciendo), y por último, hizo poner de pie a mi amiga para que repitiese en voz alta: DIOS NO EXISTE.
Justo escribiendo esto descubro que la palabra valor tiene también el perfil de mi amiga.
Nunca más volví a verla. Mis rezos en el baño no surtieron efectos y su rostro de palabras nuevas desapareció. Poco después sería, además, la primera persona en llamarse exilio sin despedida.